Comentario
En el año 441 tuvo lugar la revuelta de Samos, cuyas vicisitudes concretas se conocen bastante bien gracias a la atención que le presta Tucídides. En sí misma, fue significativa de las vinculaciones existentes entre las relaciones políticas de Atenas con las ciudades del imperio, las que se daban entre éstas y los problemas internos de cada una. Las concepciones que se refieren unitariamente a la rebelión de Samos deben revisarse, pues se trata de un conflicto de orden interno, que, desde luego, fue posible sólo dentro del panorama general de las relaciones entre ciudades. Se produjo, en efecto, un conflicto entre Mileto y Samos por el control de Priene. Los de Mileto, en situación desventajosa, pidieron ayuda a Atenas, pero también tenían el apoyo de algunos samios que pretendían renovar la politeia. Su victoria significó el establecimiento de la democracia. Contra ellos se rebelarían los exiliados y algunos de los que se habían quedado a pesar del nuevo régimen. Entre ellos estaba Meliso de Samos, filósofo pitagórico que escribiría contra los políticos demócratas atenienses. Atenas derrotó a los rebeldes por medio de una expedición que fue dirigida personalmente por Pericles.
Desde luego, no puede desprenderse un automatismo absoluto entre las intervenciones atenienses y el apoyo a la democracia. Al parecer, en la primera intervención en Mileto, los atenienses habían llegado a determinados acuerdos entre los que se encontraba el respeto al sistema oligárquico existente. No obstante, parece que la tendencia va en el otro sentido y el autor anónimo de la "Constitución de Atenas" atribuida a Jenofonte señala precisamente el caso de Mileto como efecto de un error excepcional. Si permitían el gobierno oligárquico en las ciudades, a los atenienses se les creaban problemas, mientras que tenían garantizada la fidelidad en el caso de que apoyaran el poder del demos. Tal era la base de las relaciones según este autor. Así, el demos ateniense se sentía seguro. Ello coincide con los comentarios que, en general, se hacían sobre la represión tras las revueltas y los intentos secesionistas, que recaía sobre los más ricos y poderosos, al menos durante los años de la Pentecontecia. Según Aristófanes, los juicios por traición siempre iban dirigidos contra los más poderosos de las ciudades aliadas, eran los ricos y los gordos los que recibían habitualmente los castigos. Los comentarios generales de Tucídides y Aristóteles van por el mismo camino. Para el primero, los atenienses son los sostenedores del demos, mientras que los espartanos apoyarán a los pocos cuando se inicie la guerra del Peloponeso. Aristóteles, en cambio, se refiere a la expulsión de las oligarquías por parte de Atenas y de las democracias por parte de los espartanos. Hay que reconocer, sin embargo, que la regla general no se cumple en cada caso y, sobre todo, que las circunstancias posteriores, durante la guerra, harán que se alteren muchas actitudes por coyunturas específicas, desde los temores a la represión del contrincante hasta las alianzas circunstanciales por beneficios inmediatos en los enfrentamientos bélicos.